[No sé como llegamos aquí, no sé si estamos perdidos o si de verdad nos encontramos... no sé.]

Aunque pareciera que muchas veces nos empeñamos en ocultar aquellos productos de nuestra mente [nuestros pensamientos]. Hemos creado un blog para combatir este cruel empeño. Las palabras deben salir, y cualquiera debe poder leerlas. Es posible, sin embargo, que a nadie le interesen, o que incluso, el orden en el que las ponemos sea considerado incoherente o estúpido. Tomamos, aún así, el riesgo de dejarlas ver la luz, descubriéndolas ante cualquier observador que desee urgar a través de ellas, criticarlas, o elogiarlas...


lunes, 30 de agosto de 2010

Filtro

[when a blind man cries... DP]

Relamerlas desde el centro (la comisura, o cerca de la nariz, o cual es lo mismo), y sentir su tibio sabor a salmuera. Las cambio por mi pesada saliva, que ahora se hace espesa, efecto probable del cansancio, de esa maldita pesadez (que no puedo evitar) y un poco de todo lo que he, en voz baja, dicho. Sé que hay mucho que callas, pero eso no me importa, porque ahora logro, vagamente, entender lo que dices, sin que uses palabras. Siento que debo abrazarte, y lo hago, entonces se agita tu pecho, y escucho algunos sollozos. Te sostengo y te aprisiono (casi hasta ahogarte), contra mi pecho, en un intento (desesperado, aunque fructífero) por consolarte. Te miro a los ojos y me acerco a tus labios y te hablo, quedamente, sobre ti, y sobre algunas otras cosas. Olvido lo que digo, pero de nuevo vuelvo a concentrarme y sigo hablándote. A fuerza de preguntas, logro algunas palabras, cuyo significado ahora ignoro. No importa, luego digo. Y lo repito ahora. No importa lo que hubo antes, o lo que habrá después. Sólo importa qué hay en ese instante que me das, o que le das al mundo, ese instante que hace (en suma) una existencia.

Luego, no recuerdo bien hacia dónde se han dirigido mis pensamientos, pero creo que no demasiado lejos como para lograr recogerlos. Me retraigo, en el asiento, y me retuerzo un poco, mientras sigues acostada sobre mi vientre. Entonces tomo tu rostro y te repito, suavemente, algunas palabras que intentan hacerte sentir bien, mientras sigo cambiando aquellas gotas de impotencia, de desesperación, trocándolas por pesada saliva que se seca sólo unos segundos después. Al final, terminas por inundarme, y ahora, en silencio, sólo escribo, en medio de algo de pesadez, y olvido... aunque no olvido, no mientras piense, no mientras te [...]...

miércoles, 25 de agosto de 2010

Formas

Veinte, o treinta. Como siempre. Sentado, con el cigarrillo en la boca y el denso humo cortándome la respiración y haciéndome arder los ojos. Sentado simplemente, sin siquiera hablar, o tal vez sólo susurrando algunas palabras. Balbuceando. Ensimismado en tus ojos, y en tu recuerdo, o en las mentiras que nunca soy capaz de decir, o en lo que no soy capaz de ocultar. En eso, que me hace dar aquello que me hace falta, sin detenerme a pensar antes. En eso que es nada, o que es menos que yo, o cual es lo mismo. En lo que resulta siendo un interminable pensar en eventos que tal vez sólo ocurren aleatoriamente, como tus besos, o esas miradas que pones sobre mí, cuando no me doy cuenta.

Sentado, miré hacia arriba, como esperando que hubiese una puerta, o que algo me dejase ciego y no poder ver lo que había enfrente mío, y entonces la vi. Primero en forma de resplandor detrás de un velo azul o grisáceo, y después en su forma natural: un delgado círculo amarillo delineado por una tenue sombra naranja, sin más que un par de manchas en su interior. Primero pareció que un ave la tenía entre su largo pico, y luego fueron un par de tímidos dedos que suavemente la sostuvieron. Un par de minutos, y entonces, de repente se convirtió en la cabeza de un pequeño animal cuya forma no logro ahora recordar (supongo que poco importa). A este punto, todas las formas desaparecieron, y entonces llegaron los reflejos. Primero formas conocidas, de algunos animales, sonriendo, plácidamente sobre el oscuro fondo, y luego, extraños personajes como salidos de la imaginación de algún loco (de esos que nunca esperas, pero que terminan por aparecer, y robarte unos minutos). Algunos conocidos, como esos dibujitos que suelen ver los niños durante todo el día, frente a una maldita y ensordecedora caja (que últimamente no es tan caja).

De manera sublime, las figuras continuaron apareciendo, hasta ser tan rápidas que ni lograba identificarlas. Da Vinci, creo que logré verlo también, aunque ahora no estoy seguro. De haber sido él, seguro lo recordaría. Casi como reptando, súbita y vertiginosamente, me aleje del lugar, con la mente ocupada en alguna rudimentaria idea, que tan solo empezaria a tomar forma en mi cabeza un rato después.

Caminé, como embrujado por aquella luz, que ya se ocultaba, que ya de nuevo se mostraba, con toda fuerza, como queriendo decirme algo, muy quedamente al oído. Equivocada y distraídamente, tomé el camino de la derecha, lo que me hizo dar varias vueltas en círculo (¿o en óvalo?). Varios minutos y logré encontrar el camino que me conduciría a aquella extraña salida. Acostado, y con dolor en el cuello, sin poder dejar de observar el velo negro, y el brillo, ambos apoderándose de mí, decido levantarme, y caminar, de nuevo.

Esta vez es a través del puente, cuyo lado opuesto alcanzo en sólo unos instantes (de esos que te doy). En búsqueda de aquel lugar, aún desconocido. Cinco direcciones. Hube de probar cuatro de ellas, errando en las tres primeras. La quinta nunca la conoceré, supongo. No me fue dado encontrar ninguno de los volúmenes que buscaba en el desordenado lugar. Textos por todos lados, pero ningún orden lógico, índice, ni nada parecido. Todo parecía residir en la memoria de alguno de sus ocupantes, y los textos, atiborrados sobre las inestables estanterías, parecían demasiado viejos, y demasiado raros, pero aún así, para mí inútiles. Quise un volumen de textos cortos, para poder terminar de una sola sentada. Con el volumen ya en mis manos, después de que aquel hombrecito me lo entregara, al ver que pasaba casi una hora y yo seguía revisando, infructuosamente, las desordenas estanterías, empecé a leer.

Esta vez se trataba de un tal [U...], cuyo lugar de origen no me fue dado, pero cuyo destino fue el de siempre. El delicioso y cruel destino de la tragedia. Siempre irremediable, irrevocable, irresoluble...

viernes, 13 de agosto de 2010

Lejos

Queriendo siempre,
tal vez todo,
o eso que es menos,
menos que yo,
menos que nada,
menos que lo que tengo,
o lo que no tengo,
lo que digo, o lo que me callan,
lo que me falta,
lo que me sobra,
aquello que me importa,
o lo que no,
en fin,
esa nube que resulta,
en la desintegración
de toda la ira,
y la hartura y el orgullo...
[sin piedad]

Entonces, el blues,
y el otro,
el de enfrente,
brillando,
cegándome,
dejándome sordo,
y los sonidos,
que se agolpan,
como inmundos bichos,
causándome asco...
y aun la confusión,
o los olvidos,
o aquellas batallas que perdí,
o que nunca quise luchar,
o esas que,
[...]
nunca di cuenta de su existencia...

Perdido, como siempre,
como aquel andante,
que equivocó el camino,
que no vio la flecha,
aquel que se distrajo,
o que cerró sus ojos,
aquel que se fue,
que fue nada,
que hizo nada,
quien escribió,
aquellas hermosas líneas,
que alguna vez leíste,
[las que menospreciaste]
ese... el mismo...
ese que no sabes quién es,
el que hizo la música,
el que nunca recitó el poema,
el cobarde... ese,
que creció en una piedra,
o con una piedra,
en su pecho...

domingo, 1 de agosto de 2010

Jam

Cada que viene esa suerte de combinación de sonidos, y de movimientos, y de sensaciones; cada que esa combinación nos mantiene despiertos, o que nos hace mover a través del tiempo, con una celeridad incalculable (sólo distancia). Cada vez que terminamos por saltar, o por movernos hacia adelante, o que gritamos con todas nuestras fuerzas, agitando nuestras manos, rápidamente, para sentirnos vivos. Cada vez que los dedos giran sobre aquellos huequecillos, o que presionan el duro marfil blanco y negro, o que sostienen con fuerza aquel tubito, o que golpean el cuero. Cada vez que aquel escalofrío (el mismo de siempre) te recorre los antebrazos, y te hace cerrar los ojos, cada vez con más fuerza. Cada vez que la estilográfica se desliza por el papel, o que miras al frente, para darte cuenta que no vas por el camino que deberías, pero vas por el que te hace sentir vivo.

La calma, en esas ocasiones, desaparece, porque nunca sabes qué tienes en la mente, mientras miles de pequeñas corrientes electromagnéticas recorren los hemisferios de tu impenetrable cerebro. Siempre aislado por tus huesos. Y te sientes demasiado joven para esperar, y demasiado viejo para correr. No puedes ver el daño, y tampoco puedes despertar. No puedes esperar, y tampoco sentir, y no puedes olvidar. Pero, finalmente, te preguntas: ¿debo olvidar? ¿qué debo olvidar? ¿cuándo debo olvidar?. El olvido, inevitablemente, llegará, pero con él, miles de nuevas sensaciones, que antes no conociste.

Miras afuera, aquello que se quema en el brillante cielo, y miras el mar, azul por el brillo del cuerpo celeste cuyo nombre se ha mencionado ya tanto que parece un cliché, y por el fuego que sale de ti, o de tu cuerpo que se quema, frente a aquel espectáculo, cuya naturaleza no te atreves a adivinar, y cuyo significado jamás conocerás. Aprovechas la oscuridad de la noche para tratar de entender qué es eso que se quema por dentro, o de dónde viene aquel brillo que hay en tus ojos, o por qué, ocasionalmente desaparece, dejándote sin vida.

Sin vida. Sin alma, o sin oídos, o sin palabras, o cual es lo mismo. Se mueven las puertas de aquel lugar, al que creo jamás logré entrar, por más que toqué, o permanecí, pacientemente, en la puerta, a la espera de una respuesta, o por más que me abalancé, con fuerza (la del T). Ahora parece demasiado lejos el lugar, y difícilmente logro verlas, ya no logro sentir su textura.

Y parece que dice, o que me llama, que me invita, que me hace salir, o que me hace nacer, que toca mi puerta (la de F), o que hace sonar el infame aparato, pero no es así, nunca fue así. Y todo termina por llenarte, de alguna manera, hasta un punto que jamás imaginaste posible, porque todo termina atado, enterrado, clavado dentro de tus entrañas, recordándote lo delicioso, y lo fútil de eso delicioso, y lo irrisoria que esa combinación termina siendo.

sábado, 31 de julio de 2010

Día

Y siguen pasando,
aquellos tiempos,
frente a mis ojos,
aquellos tiempos,
en que solía mirarte,
austera y plácidamente,
durante horas,
sólo por el deleite de mirarte...

Siguen pasando,
sin que te des cuenta,
mientras, inevitablemente,
me alejo, hundiéndome,
siguen pasando,
mientras tu también te hundes,
pero de mí lejos,
lejos toda aquella joya falsa,
como decía el de la pipa,
el loco,
el de la barba gris...

Siguen pasando,
frente al mismo amarillento queso,
que se transforma todos los días,
que cada día pierde un gran trozo,
siguen pasando,
mientras desaparece,
y quedo en el aire,
sin lugar para caminar,
y caigo...

Siguen pasando,
mientras tus olvidos,
son más frecuentes,
y mi orgullo más pesado,
-o más estúpido-
y mientras esa pesadez tuya,
termina por contagiarme,
por invadirme,
por absorberme...

Siguen, siguen...
sin que me de cuenta,
de cuántas estupideces,
día tras día,
cometo a causa tuya,
o a causa mía...

Ayer, sólo ayer,
muy de noche,
mientras solitario caminaba...

jueves, 29 de julio de 2010

Nuevo

Y vuelve mi mente a poblarse de esa bruma espesa que al mismo tiempo elimina la claridad, y la seguridad. De nuevo me doy cuenta que no soy quien digo, o que soy otro, o cual es lo mismo. De nuevo estoy errando por un camino, solitario, y sin destino. De nuevo, grito a aquel desmirriado hombre que pasa al lado mío. De nuevo, quiero gritarte, o susurrarte al oído, de nuevo me arrepiento, de nuevo me decido. Otra vez, una vez más, tiro todo al olvido, aunque da lo mismo, porque ya todo he perdido.

Logro sacar de mi mente algunas ideas, vacías, y me doy cuenta de aquello que nunca quise ver -hasta ahora, probablemente- y que, termina haciendo de todo una fútil pérdida de tiempo, un fracaso, un olvido o una mentira. Ah, y de nuevo aquella palabra, o todas, o tu misma, o todo lo que sé de ti, o lo que no, o lo que sabré: una mentira.

miércoles, 28 de julio de 2010

Errado

Entrego, al límite de la locura, la última sensación que me queda. Sea, no diré cuál es, tal vez por cobardía, o por orgullo, o por una mezcla entre ambas. Mezcla que termina por confundirme, y no dejarme saber qué siento. No es relevante, simplemente, y no debería ser motivo de preguntas, pero ya qué, da igual, sólo escucho aquellas notas que se deslizan dentro de mis oídos, con la voz de algún desconocido que las toca, con su voz, o con algún instrumento cuya naturaleza no logro identificar. A veces, miro todo en retrospectiva, y me doy cuenta que no sólo no es nada lo que entiendo, sino lo que he aprendido, y es nada lo que contiene el resumen de las palabras que escucho de ti, o que alguna vez creí escuchar. Ya pasó el día, en que te dije tantas cosas, o en que pretendí decírtelas con los ojos. Nunca supiste leerlos, lo sé, y tampoco supiste encontrar las palabras para continuar mi conversación. Nunca, y es lamentable. Al final, supongo, se siente esa suerte de vacío inexplicable a pesar del cual podemos levantarnos todos los días a la misma hora, a tomar un buen café, y a ver el humo de un cigarrillo hacer formas extrañas frente a nuestros ojos.

martes, 27 de julio de 2010

Partido

División, estado del vacío, o encuentro fúnebre con aquel que no habla, o con los que nunca escuchan. Tercos. Siempre lo mismo, y suelo repetirlo, tantas veces como suene divertido, y hasta que suene aburrido, o hasta que me canse de hacerlo, o de decirlo. Cinismo. Pero y ¿acaso importa, que tus ideas sean un gran papel blanco en el que no se me permite escribir?, ¿o que sean una de esas reliquias de museo escondida tras un cristal impenetrable? me pregunto, ¿acaso te das cuenta de que sigo detrás de una sombra que ya parece esfumarse, y que incluso -creo que podría decirlo- no es esa sombra sino la huella que esa sombra dejó, o que dejaron tus pasos?

No, no importa, porque tampoco me doy cuenta de dónde dejé mi sombra, o dónde dejé a los que caminaban conmigo, o a los que me escuchaban. Ya no sé, y supongo que tampoco puedo, devolverme y gritarme: Imbécil. Pero nada pierdo con intentar. No consigo un cambio, sin embargo, por más que me esfuerzo. Y sigo pretendiendo que puedo encontrar una solución, o tal vez sólo pretendo que pienses eso. Eso es. Y cada vez, bajo más, o subo más, vertiginosa y dolorosamente, sin que te importe...

Decido

Y de nuevo, punto en el vacío. Final o inicio, da igual, como siempre. Punto blanco en el cielo rodeado de nubes y perfectamente redondo, con un velo blanco, casi brillante alrededor. Luego un círculo rojizo en redor, y miles de palabras, fútiles que se van al viento. No las escuchas, lo sé, y no parece importarte. Sólo me tomas de la mano, por esa suerte de inercia que te transmite mi caminar, o el impulso de mi mano a tomar la tuya. Sólo dejas que te lleve, sin siquiera pensar si sientes, o si yo siento. ¿Dónde estás?, pregunto, desesperadamente. Nunca has estado, escucho musitar una voz dentro de mí. Nunca has estado.

sábado, 26 de junio de 2010

Trato

Sigues sin entenderlo,
sin entender que arde, abrasa,
cuando como un imbécil me tratas
o cuando me olvidas,
o cuando no estás,

Sigues sin entender,
que abrasa por dentro,
esa sensación de impotencia,
ese no saber qué hacer,
ni poder hacerlo,

Sin entender,
que todo resulta mentira,
resulta en insulto, en olvido,
sin entender, inevitable,
sardónica, y estúpidamente,
y ya no quiero explicarlo,
porque igual, al final,
terminaré por acercarme a ella...

Veo

Ya no veo,
ni la imagen que yo era,
ni el que fui,
o el que seré,
no veo tus ojos, junto a los míos,

ni tus labios,
y no veo tus manos,
buscando a tientas las mías,
pero ahí está ese demonio,
que me persigue,
demonio o ave,
negra,
o del color de las nubes
durante la noche,
dentro del purgatorio,
[ese de Dante]...
ahí está, alejándote...

Dos treinta

Mientes... lo sé,
a las dos, o dos treinta,
y cada vez que mientes,
más difícil me es creerte,
y cada vez que mientes,
siento que me importas
y que arde,
el pecho, mientras tus
uñas lo desgarran,

Mientes!!! maldita seas,
y sabes qué daño me hace,
y mientes!
[protesto, y es
lo único que queda]
porque mientes,
y no te importa,
y no me importa, o sí, o da igual,
te da igual, no sé,
el motivo sobra, igual que yo
[restos de
algún imbécil]

Y sigues mirándome, a los ojos,
y sigues con mis manos, entre las tuyas,
y sigues con él, con ella,
con todos, o con ninguno,
pero sigues, da igual con quién
[cualquiera o yo,
es lo mismo]
y sigues mintiendo,
aunque sabes que no estaré,
más contigo...

Tampoco

Vuelvo al papel. Lo clásico. Eternamente clásico, hasta básico, y delicioso, para no entrar en detalles. Los pequeños adminículos suenan tan suavemente que no logro siquiera escucharlos. Tal vez no quiero escucharlos, y sólo suenan para distraerme. Ahora me oculto, y lo úniquo que me queda es su tenue luz, que destruye mis ojos mientras escribo...

Ya no es más grande,
ni es más queso,
y ya tampoco puedo verla
[su imagen, o sus velos]
tus ojos en ella están lejos,
cenit, o lo que sea,
punto más lejano, o más alto,
[o cual es lo mismo]
y aquellas grises formas, con vida propia
bailan en redor
ella blanca, sin vida,
y yo sigo esperando el milagro
de que aparezcas, ante mí,
igual que ayer... [pero]
ya no lo harás,
y creo que empieza a
[...]

Y ya, de nuevo, no estás,
en aquel balcón,
donde me esperabas,
ya no estás, maldita sea, lo sé [lo sabes]
y no la ves, no puedes,
o no la quieres ver, o ciega estás,
da igual,
sigo solo, escondido, y a oscuras,
abrumado por mil pensamientos,
y una sola noche en que no estás ya

sábado, 19 de junio de 2010

No es

No, no es cansancio
FdeC

Domingo, o sábado. Al revés. Da igual, después de la larga y aburrida noche. Contigo, siempre es contigo, aunque sigues sin entender mis palabras, o mis actos. Sigues sin entenderlo. O tal vez solo lo entiendes al revés. Aunque tampoco me esfuerzo en explicar, debo confesar. Miento, incansablemente, y creo que no te das cuenta, pero tal vez tu inocencia es pura apariencia y cada vez me pongo más al descubierto. Ignorante. Me preguntas si estuve con alguien, pero sé que eso no es lo que te inquieta. Sólo curiosidad. Da igual, después de la larga y aburrida noche.

Noche. Sábado de nuevo, o domingo. Sigo con esa sensación de escozor en la garganta, como si quisiera vomitar. La cabeza revuelta. Miedo. Cientos de palabras se [...] dentro de mi cabeza, pero no puedo hablar sobre ellas, ni recordarlas. Me abandonan, inevitablemente. Seguro les doy asco. Detengo mis pensamientos, en este punto, y miro en retrospectiva el día de hoy: Me la pase esperándote, y nunca logré siquiera imaginarte. Lejos de ti. Ahora tu imagen esta cada vez más borrosa sobre el horizonte, y la cima de la montaña donde solías estar ya no existe más. Ahora pierdo la conciencia y me repito la necesidad de no seguir el mismo camino que antes recorrí. Pienso en la necesidad, y en quién sabe cuántas cosas más. Da igual y puedo no ser quien digo ser, o puedes ser tu ese yo que anda perdido dentro tuyo, o ese que anda flotando por ahí, y que todos respiramos. Puedo ser todos, todos esos que quise ser, pero que ahora olvidé. Puedo ser quien te robe, en las noches, pero ahora no quiero. Nunca quiero, ni quise. No!, digo. Basta con esto, y con lo otro también. Con todo. Basta, pero no logro hacerlo, no logro verlo, ese velo gris, entre las nubes, que confunde tu rostro con el de un lunfardo, con el de un mártir, con el de Hades, o el de Mefisto.

Ahora no sé, tal vez sólo quise alejarme, o lo quiero ahora. Tal vez no sé qué quiero y sólo me dejo llevar. Tal vez, todo es tal vez, y sigo sin poder ser concreto... y el portugués sigue diciéndome cómo debo sentirme, porque ni sé qué siento. De nuevo, estoy delirando encima de la cama, a punto de que mis ojos se cierren, y termine por morir, como lo he esperado hace [...].

viernes, 28 de mayo de 2010

Las siete

Eran las siete, o las siete mas cuarto, no importa. Como siempre, y me estoy cansando de repetirlo. Cansado, como estaba, solo quería dormir un poco, pero tal vez la estupidez, o la torpe promesa que hice a mi acompañante me hicieron mantenerme despierto, y mover algunos trastos para preparar algo. Irritado, entonces, despues que las cosas no salieran como esperaba y que el humo y olor a comida quemada poblaran todo el primer piso, me senté a comer, mientras mi acompañante sostenía una larga charla por su teléfono celular, distraída. Por más que me esforce en llamar su atención, con toda suerte de inútiles e irrisorios gestos, no lo conseguí.

Imaginarme la situación en otro contexto me tranquilizaba un poco, pero regresar mis ojos al plato, mirar de soslayo a mi acompañante y pensar en que iba a ser en unas horas, me hacía sentir como un imbécil, o como un estúpido, o una mezcla entre ambos, tal vez. A decir verdad, ahora no me interesa describirlo con suficiente precisión como para conseguir una imagen.

Alcé la cabeza y vi aquel reflejo amarillento, como fundiéndose en la limitada profundidad del parduzco, ahora casi negro lago, partiéndolo en dos, haciéndolo sangrar un liquido naranja que se iba diluyendo conforme el agua llegaba a la orilla, como un hacha que se enterrara justo en el corazón de las apacibles aguas. Miré entonces hacia todos lados, y me di cuenta que nadie me observaba; sigilosamente tomé el artefacto, y rápidamente sacándolo de su empaque, lo encendi y volé a través de la puerta. A cientos de kilómetros, logre, entonces, robarme algo para ti...

Luego pensé, que sería imposible capturar lo que sentí al observar a través de aquel lugar, y quise llevarte, para sólo sentarnos durante aquel momento, hasta que se hiciera oscuro. Estabas lejos, y de ninguna manera conseguí atraerte, o atraer tus pensamientos, o que me recordaras. Pero ahí estabas, en algún lugar, lo sé, mientras yo te buscaba, torpemente, en algún lugar en el horizonte. Erraba, inevitablemente, pues estaba mirando al este...

sábado, 15 de mayo de 2010

Explicación

En ciertas ocasiones, especialmente en aquellas en las que deberíamos tener la mirada atenta ante las pequeñas variaciones, la falta de contexto puede hacernos repetir, una vez tras otra, los mismos errores que ya se han cometido, en diferentes épocas, pero por diferentes personas. En otras palabras, el proceso de juzgar una frase, acción, o cualquier otra cosa requiere, por obligación, cierta información básica sin la cual es imposible llegar a una interpretación mínimamente acertada.

Se corre, por tanto, sin tal información, el riesgo de generar una interpretación y, por tanto, un juicio, además de errado, completamente sesgado, y tan lineal como nuestra mente lo sea. Terminamos, nuevamente, entonces, hablando fuera del vaso.

sábado, 10 de abril de 2010

Espera

Digo que no, pero no quieres, entonces lo acepto, y me reprendes, por ser un imbécil, o un loco. Aunque a decir verdad, como siempre, no importa. Sigue sin importar, lo que no se me hace extraño en absoluto, o al contrario, es todo novedad. Siempre lo digo, y ya está cerca de sonar estúpido, o irrisorio. Las cosas pierden importancia cuando se vuelven costumbre, o cuando se desgastan por el sol y el tiempo. Sólo pienso en por qué no te he escuchado, o en si debería escucharte hoy, o si tal vez mañana. En si lo haré, o si esa sensación de incertidumbre me lo impedirá. Deseo hacerlo [escucharte] pero no sé si debo, y es lo primero lo que importa, no lo segundo, supongo. Pero no deja de detenerme el hecho de saber que tu tampoco lo haces, o que aún esperas que yo lo haga, tal vez por el hecho de que ya lo has hecho varias veces. Y sigo con mi mano en tu sexo, moviéndome con agilidad a través de tus ropajes, hasta tenerte completamente desnuda, frente a mis ojos, mis brillantes y heterocrómicos ojos. Intentas detenerme, alegando la presencia de tal o cual individuo, pero repito que no me importa y continúo, ágilmente, vistiendo tu cuerpo con mis brazos, y mis besos... luego, despierto, y recuerdo: sigo postrado, y enfermo.

martes, 30 de marzo de 2010

¿Dónde?

De nuevo, sí, de nuevo te escribo, en medio de algo de desesperación, o de impotencia, quizá dándome menos importancia de la que merezco, o quizá dándome más. No importa más lo que yo piense, o lo que sienta, sólo tus palabras rondando en mi cabeza, tus insulsas palabras, tus fútiles palabras, tus estupideces, y tus mentiras, o tus omisiones. Da lo mismo, ya te digo, no me importa. ¡Mentira! Miento, y lo sé, y sé que lo sabes. Sí me importa. Bah- ni siquiera lo sé. Y así podría continuar, intentando desahogar algo de impotencia. Ese saber que poco te importó mi presencia, o mi ausencia, ese reconocer, con no poco de desconsuelo, que mis palabras se terminan yendo en el aire, sin llegar a tus oídos, o a ti misma. Me hiere, y me hiere recordarlo, ese simple adiós sin más, sin esfuerzo, con algo de decepción, o de frustración tal vez. Una mezcla perfecta entre ambos, me atrevo a pensar, sin atreverme a adivinar sus proporciones. Probablemente épicas, aunque lo último no tenga ningún sentido. Ciertamente no debí escribirlo. Un mal chiste, probablemente producto de mi comportamiento, un tanto errático. Ahora hablo fuera del vaso, y seguro no se entiende. No es que me guste hacerlo, pero un mórbido deseo me impulsa a hacerlo, sólo por ver qué pasa. Y sigo preguntándome dónde estabas cuando te intenté hablar, o cuando te busqué, quedamente, con una perdida mirada, o cuando pregunté a aquel pesado hombre por ti, indicándole tus señas rápidamente, casi con desesperación. Y sigues volteando la espalda, pareciendo fuerte, y olvidando que me haces daño con tus gestos, y de nuevo, repito, mil veces lo repito, con tus mentiras, tus omisiones, tus estupideces. Y el tiempo, el tiempo, siempre el maldito tiempo, que te absorbe con su arena, que se te pega al cuerpo y no me deja verte y rápidamente te entierra, cada vez más, en lo profundo de un desierto cuya longitud y origen me son desconocidos. Horrido desierto.

sábado, 27 de marzo de 2010

Celos

Me pregunto a qué aluden los celos. Sí, los celos, esos celos, los sientes cuando no logro explicarme con pertinencia, congruencia, o conveniencia, o los que sientes cuando desaparezco como una sombra al llegar la noche, en el vacío de mis pensamientos, o en la penumbra de mi habitáculo. Cuando no respondo a tus llamados, o cuando no dejo que veas mis ojos. Los mismos celos que sienten todos cuando la impotencia llega, contundentemente, y vacía lo poco que queda en su mente, reemplazándolo por sólo un par de palabras. Y aún te preguntas cuáles.

Deja los celos, te he dicho, pero sigues respirando, entrecortadamente, y tu aliento hiede a celos. Estás, inevitablemente, transpirando esa sensación a la vez de impotencia y de ira incontenible, pero mezclada con un orgullo que no permite articular una sola palabra. Graciosamente, me pregunto a qué deberían oler los celos. Los irrisorios e imaginativos celos. Tal vez huelen un poco a dulce, pero no saben a nada –son simples, como esas barritas para la resequedad de los labios que usa la gente sofisticada, o tal vez huelen a ajo, o a cebolla, y su olor es difícil de olvidar, de ignorar, y de eliminar. Un buen aroma para los celos, supongo, aunque tal vez nada tiene que ver. Tal vez huelen a sudor, o a ese almizcle que brota cuando el agua no toca el cuerpo por varios días, o cuando tenemos sexo compulsivamente, durante todo el día. Tal vez sólo huelen a mí, y saben a tus besos, o huele a tu sexo. Tal vez solo es una mezcla de olores, y necesitamos crear un nombre para el olor, igual que crearon nombres para todo, para los cubos, para los carros, y también para mí. El olor “celos”, seguramente. Así cuando sientes este olor, dirías: “ah, huele a celos”. Aunque no deja de ser extraño.

domingo, 7 de marzo de 2010

Vacío

Miro al horizonte, parado, a sólo unos centímetros del vacío, y aún no te veo. Tengo ganas de estrellarme una nube en toda la cara. ¡Despierta, imbécil!... y la tranquilidad, súbitamente, vuelve.

Concéntrico

Redonda, gigante, naranja,
o tal vez un poco amarillenta,
arriba al este,
cual infantil artilugio
[subterfugios que algún errante
o falso poeta ha usado
para conquistar algún
fútil placer]…
Vale por una,
o por mil y una,
por las de Stevenson,
que son las nuevas,
o por las viejas,
da lo mismo,
si son árabes, aún…

Vale por la de Legrís,
[barba o pipa]
por el del muerto
[silencio o tiempo]
por el de Rimbaud,
siempre ebrio,
o por cualquier vocal,
viva o muerta: ¿qué más da?
vale por un grito,
o por una disculpa,
una explicación
o una mentira…
vale, no importa,
lo que quieras,
o lo que yo quiera,
o no vale, si no quieres,
y vale,
así no quieras…

Imposible no hablar de ella,
imposible no ver su cara,
redonda y oculta
tras un velo de aire denso
[velo de nubes negras]
imposible no querer comerla
[dos deliciosos mordiscos
por la izquierda,
y relamerla
por la derecha]
imposible no hablarte sobre ella,
no mostrarte su imagen,
o su belleza,
imposible no querer,
caminar sobre ella…

lunes, 1 de marzo de 2010

Pedido

Como si lo hubiera llamado con el pensamiento, voltee la mirada y el hombrecito del sombrero ya se acercaba rapidamente hacia mi, y mi acompanante. Ella reia de alguna gracia a la que yo seguramente hice alusion, pero no dejaba de estar incomoda, tal vez por la falta de costumbre, o por la inusual forma en la que yo le dirigia mis palabras. El hombre hace una pregunta y yo accedo a su historia. Doblador y alambre en mano, el tipo empieza a hablar, rapidamente yendo por los resquicios de una historia que, para ser sincero, nada tenia de nuevo. Dificil fue para mi seguir sus palabras, que salian a a una velocidad increible, y en mezclas inimaginables, como si fueran vomito. El hombre continuaba, mientras mi expresion de perplejidad por la continuidad y velocidad de su discurso aumentaba vertiginosamente.

Al mismo tiempo que tal cantidad de palabras fluia a traves del hombrecito, sus manos movian el doblador agilmente. Tres pequenos objetos, cuya explicacion ahora no recuerdo con precision, y que no me atrevere a aproximar. Termino su historia y hube de hacerla entendible para mi acompanante. Brevemente hice un recuento de la historia en un lenguaje suficientemente entendible. Nuevamente el hombre intervino, para explicar la procedencia de los tres objetos, y se me exigio hacer un nuevo recuento. Me negue, pero al final fui forzado a hacerlo.

Ahora el hombre, divertido tal vez por la forma mia de resumir sus palabras en otro lenguaje, o tal vez con algunas necesidades apremiantes, redujo sus palabras sustancialmente y nos insto a mirar la caja que cargaba. Negamos con la cabeza, pero insistio en que debiamos mirar. No quisimos nada. Ahora pedia algo de dinero, que accedi a darle en una pequena, casi miserable cantidad. Mi acompanante, graciosamente, pregunto si teniamos problemas, a lo que conteste negativamente. El hombrecillo se alejo, silenciosamente, ya sin palabras, y con una mueca de agradecimiento.

Reverso

Miro la parte de atrás y veo la borrosa imagen de lo que algún día fui que casi pasa al otro lado. No sé si es por mis ojos ya cansados y gastados, por mi ya reducida capacidad analítica, o por el tiempo y el agua que han corrido sobre su superficie. Masivas cantidades de tiempo y agua, pareciera. Sigo mirando, absorto, en medio de esa sensación de impotencia y nostalgia que suele absorbernos cuando miramos todo en retrospectiva. Un par de lagrimas se mueven hacia abajo de mi rostro. Rápidamente las seco, en medio de una vergüenza que no sé cómo describir. Levanto la mirada, hacia el horizonte, ese donde solía yo estar, y veo esa sombra. Negra y torva, como el ave. Sé qué pasará, pero no me molesto en evitarlo. Ya no importa. Susurra palabras, entre dientes, como si no pudiera escucharla. Entiendo que dice, pero no me importa.

Se acerca, inusitadamente, y me toma por la cintura, me levanta de tal forma que mis pies no logran alcanzar el suelo. Estoy asfixiándome, pero no se da cuenta, o tal vez no le importa. Me sostiene con fuerza y luego me suelta, entonces me mira a los ojos y repite dos o tres palabras. Cinco o seis veces. Ahora huye, y trato de darle alcance. Infructuosamente. Regreso y pienso en sus deseos, o en los mios, y entonces concluyo: siempre se que pasara, no importa quien sea.

sábado, 20 de febrero de 2010

Sí en dos

Una vez perdido,
inevitable,
imposible ir de vuelta,
o ir hacia adelante,
solo estoy ahí... como esperando
pero sin esperar, en realidad,
pasmado,
por un par de pensamientos,
por una idea frecuente,
-algo que me retiene-

Te envuelvo,
con uno de mis brazos
-varias vueltas-
mientras estás en esa posición,
como refugiándote,
recogidas las piernas
sobre tu regazo,
y tu rostro escondido en
mi hombro...

Taciturno, me acerco,
caminando por tu rostro,
suavemente, por tu mejilla
[la derecha] me deslizo,
y logro apenas rozar tus labios...

Ahora cierras tus ojos,
durante unos segundos,
... inconscientemente...

lunes, 15 de febrero de 2010

Inicio, inevitablemente

El punto de partida, de nuevo. Difuso punto negro en medio de un telón blanco, o tal vez es un huequecillo minúsculo en la sucia sábana que me envuelve, o en mi sien, o en la de ella. No importa dónde está, o cuándo apareció, sólo existe. Parece que me mira, pero no es un ojo. Sólo parece, o tal vez estoy loco. Uno sólo. Varios, imposible. Luego está el camino, que he trasegado ya, pero cuyos pliegues no recuerdo. Se extiende, lo sé, varios cientos de alguna unidad de longitud, pero a cada paso no recuerdo en que dirección exactamente venia el anterior. No se, entonces, en que punto estoy, ni que punto debo senalar como el final. Si llegare a tal final, es algo que no importa. Solo sigo, caminando, y observando. Luego te veo yacer ahi, en un punto cercano al mio, preguntandome estoy perdido. No respondo. No se.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Fw-Rw-Ffd

Ir hacia atrás, por el derecho, tratando de escuchar a quienes no tienen nada que decir, a quienes nunca dirán nada, o a quienes no hablan tu misma lengua. Ir hacia enfrente, por el contrario, evitando poner atención a cualquiera que la pretenda, dejando que tu voz salga en forma de gritos muy agudos, u olvidando todo lo que te han dicho.

Ir hacia un lado, o hacia el otro. ¿Qué más da?. Sólo te pones de un lado de la cama, y luego das un par de vueltas, terminas por socavar los pocos pensamientos que aún te quedan, y pones tu mente en blanco. Cierras un poco los ojos, y de nuevo intentas pensar, pero en vano, ya todo se ha ido. De repente un brillo sobrecoge tus ojos, y te deja ciego, asustándote, y entonces ves esa imagen. No querrás una descripción, y jamás querrás recordarla, pero jamás la olvidarás. Inevitablemente.

viernes, 29 de enero de 2010

En efecto...

Sí. Concluí. No estaba preparado tal vez, para aceptar tal fracaso, pero tenía que hacerlo. Corrí inútil y desesperadamente, tratando de despejar mi mente, pero cada vez mas oscuros, mis pensamientos fueron hundiéndome en una intensa y cruel batalla entre mi orgullo y mi honestidad. Miré sus ojos, tratando de que me dijesen algo, pero todo fue inútil. Miraban fijamente al horizonte, donde no me es permitido ir. Se iba a ir, no sé para dónde, y no sé con quién. Me senté en la ventana, sobre el blanco borde, horizontalmente, entre el vacío antejardín y su casa, como si quisiera concentrarme en un par de pensamientos. Imposible. Tomé, entonces, un poco de valor y entre sus manos puse un papel, con dos o tres de mis palabras. Luego, huí.

Nunca recordé qué llegué a escribir en aquel papelillo, pero alguna respuesta debí tener de su parte... o tal vez la tendré.

sábado, 23 de enero de 2010

Buscas?

Huyo de aquella mirada. Bah- ya no importa, es insulsa y mentirosa. Nada más agregaré. Doblo en la esquina y ahí estás, mirándome fijamente como si esperaras que te hable. No sé qué decir, así que sólo sigo derecho, como si no te viera. Subo los pliegues del artefacto y ahí estás de nuevo. Me observas, lo sé, pero no vuelvo los ojos hacia los tuyos. No hay lugar fácilmente accesible, entonces escojo cuidadosamente uno. No demasiado cercano, pero tampoco lejano a ti.

Busco en mi poco casual portafolio aquel volumen que me ha hecho mantenerme despierto durante los ultimos dias y antes de poder posar la mirada en la primera palabra, escucho una frase llegando a mis oidos. Ininteligible. Vuelvo mi rostro hacia el origen de tales palabras, y te veo, esperando una respuesta. Rapidamente balbuceo lo primero que viene a mi mente... luego, solo espero.

[El contexto, debo decir, es fundamental antes de realizar cualquier interpretación]