[No sé como llegamos aquí, no sé si estamos perdidos o si de verdad nos encontramos... no sé.]

Aunque pareciera que muchas veces nos empeñamos en ocultar aquellos productos de nuestra mente [nuestros pensamientos]. Hemos creado un blog para combatir este cruel empeño. Las palabras deben salir, y cualquiera debe poder leerlas. Es posible, sin embargo, que a nadie le interesen, o que incluso, el orden en el que las ponemos sea considerado incoherente o estúpido. Tomamos, aún así, el riesgo de dejarlas ver la luz, descubriéndolas ante cualquier observador que desee urgar a través de ellas, criticarlas, o elogiarlas...


domingo, 1 de agosto de 2010

Jam

Cada que viene esa suerte de combinación de sonidos, y de movimientos, y de sensaciones; cada que esa combinación nos mantiene despiertos, o que nos hace mover a través del tiempo, con una celeridad incalculable (sólo distancia). Cada vez que terminamos por saltar, o por movernos hacia adelante, o que gritamos con todas nuestras fuerzas, agitando nuestras manos, rápidamente, para sentirnos vivos. Cada vez que los dedos giran sobre aquellos huequecillos, o que presionan el duro marfil blanco y negro, o que sostienen con fuerza aquel tubito, o que golpean el cuero. Cada vez que aquel escalofrío (el mismo de siempre) te recorre los antebrazos, y te hace cerrar los ojos, cada vez con más fuerza. Cada vez que la estilográfica se desliza por el papel, o que miras al frente, para darte cuenta que no vas por el camino que deberías, pero vas por el que te hace sentir vivo.

La calma, en esas ocasiones, desaparece, porque nunca sabes qué tienes en la mente, mientras miles de pequeñas corrientes electromagnéticas recorren los hemisferios de tu impenetrable cerebro. Siempre aislado por tus huesos. Y te sientes demasiado joven para esperar, y demasiado viejo para correr. No puedes ver el daño, y tampoco puedes despertar. No puedes esperar, y tampoco sentir, y no puedes olvidar. Pero, finalmente, te preguntas: ¿debo olvidar? ¿qué debo olvidar? ¿cuándo debo olvidar?. El olvido, inevitablemente, llegará, pero con él, miles de nuevas sensaciones, que antes no conociste.

Miras afuera, aquello que se quema en el brillante cielo, y miras el mar, azul por el brillo del cuerpo celeste cuyo nombre se ha mencionado ya tanto que parece un cliché, y por el fuego que sale de ti, o de tu cuerpo que se quema, frente a aquel espectáculo, cuya naturaleza no te atreves a adivinar, y cuyo significado jamás conocerás. Aprovechas la oscuridad de la noche para tratar de entender qué es eso que se quema por dentro, o de dónde viene aquel brillo que hay en tus ojos, o por qué, ocasionalmente desaparece, dejándote sin vida.

Sin vida. Sin alma, o sin oídos, o sin palabras, o cual es lo mismo. Se mueven las puertas de aquel lugar, al que creo jamás logré entrar, por más que toqué, o permanecí, pacientemente, en la puerta, a la espera de una respuesta, o por más que me abalancé, con fuerza (la del T). Ahora parece demasiado lejos el lugar, y difícilmente logro verlas, ya no logro sentir su textura.

Y parece que dice, o que me llama, que me invita, que me hace salir, o que me hace nacer, que toca mi puerta (la de F), o que hace sonar el infame aparato, pero no es así, nunca fue así. Y todo termina por llenarte, de alguna manera, hasta un punto que jamás imaginaste posible, porque todo termina atado, enterrado, clavado dentro de tus entrañas, recordándote lo delicioso, y lo fútil de eso delicioso, y lo irrisoria que esa combinación termina siendo.

1 comentario:

  1. Sin vida. Sin alma, o sin oídos, o sin palabras, o cual es lo mismo

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