[No sé como llegamos aquí, no sé si estamos perdidos o si de verdad nos encontramos... no sé.]

Aunque pareciera que muchas veces nos empeñamos en ocultar aquellos productos de nuestra mente [nuestros pensamientos]. Hemos creado un blog para combatir este cruel empeño. Las palabras deben salir, y cualquiera debe poder leerlas. Es posible, sin embargo, que a nadie le interesen, o que incluso, el orden en el que las ponemos sea considerado incoherente o estúpido. Tomamos, aún así, el riesgo de dejarlas ver la luz, descubriéndolas ante cualquier observador que desee urgar a través de ellas, criticarlas, o elogiarlas...


lunes, 30 de agosto de 2010

Filtro

[when a blind man cries... DP]

Relamerlas desde el centro (la comisura, o cerca de la nariz, o cual es lo mismo), y sentir su tibio sabor a salmuera. Las cambio por mi pesada saliva, que ahora se hace espesa, efecto probable del cansancio, de esa maldita pesadez (que no puedo evitar) y un poco de todo lo que he, en voz baja, dicho. Sé que hay mucho que callas, pero eso no me importa, porque ahora logro, vagamente, entender lo que dices, sin que uses palabras. Siento que debo abrazarte, y lo hago, entonces se agita tu pecho, y escucho algunos sollozos. Te sostengo y te aprisiono (casi hasta ahogarte), contra mi pecho, en un intento (desesperado, aunque fructífero) por consolarte. Te miro a los ojos y me acerco a tus labios y te hablo, quedamente, sobre ti, y sobre algunas otras cosas. Olvido lo que digo, pero de nuevo vuelvo a concentrarme y sigo hablándote. A fuerza de preguntas, logro algunas palabras, cuyo significado ahora ignoro. No importa, luego digo. Y lo repito ahora. No importa lo que hubo antes, o lo que habrá después. Sólo importa qué hay en ese instante que me das, o que le das al mundo, ese instante que hace (en suma) una existencia.

Luego, no recuerdo bien hacia dónde se han dirigido mis pensamientos, pero creo que no demasiado lejos como para lograr recogerlos. Me retraigo, en el asiento, y me retuerzo un poco, mientras sigues acostada sobre mi vientre. Entonces tomo tu rostro y te repito, suavemente, algunas palabras que intentan hacerte sentir bien, mientras sigo cambiando aquellas gotas de impotencia, de desesperación, trocándolas por pesada saliva que se seca sólo unos segundos después. Al final, terminas por inundarme, y ahora, en silencio, sólo escribo, en medio de algo de pesadez, y olvido... aunque no olvido, no mientras piense, no mientras te [...]...

miércoles, 25 de agosto de 2010

Formas

Veinte, o treinta. Como siempre. Sentado, con el cigarrillo en la boca y el denso humo cortándome la respiración y haciéndome arder los ojos. Sentado simplemente, sin siquiera hablar, o tal vez sólo susurrando algunas palabras. Balbuceando. Ensimismado en tus ojos, y en tu recuerdo, o en las mentiras que nunca soy capaz de decir, o en lo que no soy capaz de ocultar. En eso, que me hace dar aquello que me hace falta, sin detenerme a pensar antes. En eso que es nada, o que es menos que yo, o cual es lo mismo. En lo que resulta siendo un interminable pensar en eventos que tal vez sólo ocurren aleatoriamente, como tus besos, o esas miradas que pones sobre mí, cuando no me doy cuenta.

Sentado, miré hacia arriba, como esperando que hubiese una puerta, o que algo me dejase ciego y no poder ver lo que había enfrente mío, y entonces la vi. Primero en forma de resplandor detrás de un velo azul o grisáceo, y después en su forma natural: un delgado círculo amarillo delineado por una tenue sombra naranja, sin más que un par de manchas en su interior. Primero pareció que un ave la tenía entre su largo pico, y luego fueron un par de tímidos dedos que suavemente la sostuvieron. Un par de minutos, y entonces, de repente se convirtió en la cabeza de un pequeño animal cuya forma no logro ahora recordar (supongo que poco importa). A este punto, todas las formas desaparecieron, y entonces llegaron los reflejos. Primero formas conocidas, de algunos animales, sonriendo, plácidamente sobre el oscuro fondo, y luego, extraños personajes como salidos de la imaginación de algún loco (de esos que nunca esperas, pero que terminan por aparecer, y robarte unos minutos). Algunos conocidos, como esos dibujitos que suelen ver los niños durante todo el día, frente a una maldita y ensordecedora caja (que últimamente no es tan caja).

De manera sublime, las figuras continuaron apareciendo, hasta ser tan rápidas que ni lograba identificarlas. Da Vinci, creo que logré verlo también, aunque ahora no estoy seguro. De haber sido él, seguro lo recordaría. Casi como reptando, súbita y vertiginosamente, me aleje del lugar, con la mente ocupada en alguna rudimentaria idea, que tan solo empezaria a tomar forma en mi cabeza un rato después.

Caminé, como embrujado por aquella luz, que ya se ocultaba, que ya de nuevo se mostraba, con toda fuerza, como queriendo decirme algo, muy quedamente al oído. Equivocada y distraídamente, tomé el camino de la derecha, lo que me hizo dar varias vueltas en círculo (¿o en óvalo?). Varios minutos y logré encontrar el camino que me conduciría a aquella extraña salida. Acostado, y con dolor en el cuello, sin poder dejar de observar el velo negro, y el brillo, ambos apoderándose de mí, decido levantarme, y caminar, de nuevo.

Esta vez es a través del puente, cuyo lado opuesto alcanzo en sólo unos instantes (de esos que te doy). En búsqueda de aquel lugar, aún desconocido. Cinco direcciones. Hube de probar cuatro de ellas, errando en las tres primeras. La quinta nunca la conoceré, supongo. No me fue dado encontrar ninguno de los volúmenes que buscaba en el desordenado lugar. Textos por todos lados, pero ningún orden lógico, índice, ni nada parecido. Todo parecía residir en la memoria de alguno de sus ocupantes, y los textos, atiborrados sobre las inestables estanterías, parecían demasiado viejos, y demasiado raros, pero aún así, para mí inútiles. Quise un volumen de textos cortos, para poder terminar de una sola sentada. Con el volumen ya en mis manos, después de que aquel hombrecito me lo entregara, al ver que pasaba casi una hora y yo seguía revisando, infructuosamente, las desordenas estanterías, empecé a leer.

Esta vez se trataba de un tal [U...], cuyo lugar de origen no me fue dado, pero cuyo destino fue el de siempre. El delicioso y cruel destino de la tragedia. Siempre irremediable, irrevocable, irresoluble...

viernes, 13 de agosto de 2010

Lejos

Queriendo siempre,
tal vez todo,
o eso que es menos,
menos que yo,
menos que nada,
menos que lo que tengo,
o lo que no tengo,
lo que digo, o lo que me callan,
lo que me falta,
lo que me sobra,
aquello que me importa,
o lo que no,
en fin,
esa nube que resulta,
en la desintegración
de toda la ira,
y la hartura y el orgullo...
[sin piedad]

Entonces, el blues,
y el otro,
el de enfrente,
brillando,
cegándome,
dejándome sordo,
y los sonidos,
que se agolpan,
como inmundos bichos,
causándome asco...
y aun la confusión,
o los olvidos,
o aquellas batallas que perdí,
o que nunca quise luchar,
o esas que,
[...]
nunca di cuenta de su existencia...

Perdido, como siempre,
como aquel andante,
que equivocó el camino,
que no vio la flecha,
aquel que se distrajo,
o que cerró sus ojos,
aquel que se fue,
que fue nada,
que hizo nada,
quien escribió,
aquellas hermosas líneas,
que alguna vez leíste,
[las que menospreciaste]
ese... el mismo...
ese que no sabes quién es,
el que hizo la música,
el que nunca recitó el poema,
el cobarde... ese,
que creció en una piedra,
o con una piedra,
en su pecho...

domingo, 1 de agosto de 2010

Jam

Cada que viene esa suerte de combinación de sonidos, y de movimientos, y de sensaciones; cada que esa combinación nos mantiene despiertos, o que nos hace mover a través del tiempo, con una celeridad incalculable (sólo distancia). Cada vez que terminamos por saltar, o por movernos hacia adelante, o que gritamos con todas nuestras fuerzas, agitando nuestras manos, rápidamente, para sentirnos vivos. Cada vez que los dedos giran sobre aquellos huequecillos, o que presionan el duro marfil blanco y negro, o que sostienen con fuerza aquel tubito, o que golpean el cuero. Cada vez que aquel escalofrío (el mismo de siempre) te recorre los antebrazos, y te hace cerrar los ojos, cada vez con más fuerza. Cada vez que la estilográfica se desliza por el papel, o que miras al frente, para darte cuenta que no vas por el camino que deberías, pero vas por el que te hace sentir vivo.

La calma, en esas ocasiones, desaparece, porque nunca sabes qué tienes en la mente, mientras miles de pequeñas corrientes electromagnéticas recorren los hemisferios de tu impenetrable cerebro. Siempre aislado por tus huesos. Y te sientes demasiado joven para esperar, y demasiado viejo para correr. No puedes ver el daño, y tampoco puedes despertar. No puedes esperar, y tampoco sentir, y no puedes olvidar. Pero, finalmente, te preguntas: ¿debo olvidar? ¿qué debo olvidar? ¿cuándo debo olvidar?. El olvido, inevitablemente, llegará, pero con él, miles de nuevas sensaciones, que antes no conociste.

Miras afuera, aquello que se quema en el brillante cielo, y miras el mar, azul por el brillo del cuerpo celeste cuyo nombre se ha mencionado ya tanto que parece un cliché, y por el fuego que sale de ti, o de tu cuerpo que se quema, frente a aquel espectáculo, cuya naturaleza no te atreves a adivinar, y cuyo significado jamás conocerás. Aprovechas la oscuridad de la noche para tratar de entender qué es eso que se quema por dentro, o de dónde viene aquel brillo que hay en tus ojos, o por qué, ocasionalmente desaparece, dejándote sin vida.

Sin vida. Sin alma, o sin oídos, o sin palabras, o cual es lo mismo. Se mueven las puertas de aquel lugar, al que creo jamás logré entrar, por más que toqué, o permanecí, pacientemente, en la puerta, a la espera de una respuesta, o por más que me abalancé, con fuerza (la del T). Ahora parece demasiado lejos el lugar, y difícilmente logro verlas, ya no logro sentir su textura.

Y parece que dice, o que me llama, que me invita, que me hace salir, o que me hace nacer, que toca mi puerta (la de F), o que hace sonar el infame aparato, pero no es así, nunca fue así. Y todo termina por llenarte, de alguna manera, hasta un punto que jamás imaginaste posible, porque todo termina atado, enterrado, clavado dentro de tus entrañas, recordándote lo delicioso, y lo fútil de eso delicioso, y lo irrisoria que esa combinación termina siendo.

sábado, 31 de julio de 2010

Día

Y siguen pasando,
aquellos tiempos,
frente a mis ojos,
aquellos tiempos,
en que solía mirarte,
austera y plácidamente,
durante horas,
sólo por el deleite de mirarte...

Siguen pasando,
sin que te des cuenta,
mientras, inevitablemente,
me alejo, hundiéndome,
siguen pasando,
mientras tu también te hundes,
pero de mí lejos,
lejos toda aquella joya falsa,
como decía el de la pipa,
el loco,
el de la barba gris...

Siguen pasando,
frente al mismo amarillento queso,
que se transforma todos los días,
que cada día pierde un gran trozo,
siguen pasando,
mientras desaparece,
y quedo en el aire,
sin lugar para caminar,
y caigo...

Siguen pasando,
mientras tus olvidos,
son más frecuentes,
y mi orgullo más pesado,
-o más estúpido-
y mientras esa pesadez tuya,
termina por contagiarme,
por invadirme,
por absorberme...

Siguen, siguen...
sin que me de cuenta,
de cuántas estupideces,
día tras día,
cometo a causa tuya,
o a causa mía...

Ayer, sólo ayer,
muy de noche,
mientras solitario caminaba...

jueves, 29 de julio de 2010

Nuevo

Y vuelve mi mente a poblarse de esa bruma espesa que al mismo tiempo elimina la claridad, y la seguridad. De nuevo me doy cuenta que no soy quien digo, o que soy otro, o cual es lo mismo. De nuevo estoy errando por un camino, solitario, y sin destino. De nuevo, grito a aquel desmirriado hombre que pasa al lado mío. De nuevo, quiero gritarte, o susurrarte al oído, de nuevo me arrepiento, de nuevo me decido. Otra vez, una vez más, tiro todo al olvido, aunque da lo mismo, porque ya todo he perdido.

Logro sacar de mi mente algunas ideas, vacías, y me doy cuenta de aquello que nunca quise ver -hasta ahora, probablemente- y que, termina haciendo de todo una fútil pérdida de tiempo, un fracaso, un olvido o una mentira. Ah, y de nuevo aquella palabra, o todas, o tu misma, o todo lo que sé de ti, o lo que no, o lo que sabré: una mentira.

miércoles, 28 de julio de 2010

Errado

Entrego, al límite de la locura, la última sensación que me queda. Sea, no diré cuál es, tal vez por cobardía, o por orgullo, o por una mezcla entre ambas. Mezcla que termina por confundirme, y no dejarme saber qué siento. No es relevante, simplemente, y no debería ser motivo de preguntas, pero ya qué, da igual, sólo escucho aquellas notas que se deslizan dentro de mis oídos, con la voz de algún desconocido que las toca, con su voz, o con algún instrumento cuya naturaleza no logro identificar. A veces, miro todo en retrospectiva, y me doy cuenta que no sólo no es nada lo que entiendo, sino lo que he aprendido, y es nada lo que contiene el resumen de las palabras que escucho de ti, o que alguna vez creí escuchar. Ya pasó el día, en que te dije tantas cosas, o en que pretendí decírtelas con los ojos. Nunca supiste leerlos, lo sé, y tampoco supiste encontrar las palabras para continuar mi conversación. Nunca, y es lamentable. Al final, supongo, se siente esa suerte de vacío inexplicable a pesar del cual podemos levantarnos todos los días a la misma hora, a tomar un buen café, y a ver el humo de un cigarrillo hacer formas extrañas frente a nuestros ojos.