El viernes discutía con alguna mujer, de esas con que sueles encontrarte varias veces durante un mismo día, y que no sabes si saludar varias veces, o ninguna. Nunca pude saber lo que sentía, aún cuando me esforcé por escudriñarlo, o por deducirlo. Tal vez no le importaba demasiado el que yo lo supiese, en tanto que no se esforzaba para explicarlo con claridad. Le dije que siempre estamos inconformes, buscando algo más de lo que tenemos, y que bajo esa perspectiva, lo mejor es esperar a que todo suceda, a que todo fluya por el camino que menor energía demande, como pasa en los ríos. Ella se quedó en silencio, me besó suavemente en las manos, y luego me dijo:
"Ahora he cantado los mil himnos, y he visto seres informes, halándose unos a los otros como tratando de huir de mis pensamientos. He visto tus ojos, quemándome, y tus manos estrujándome durante las noches. Dime, podría desear yo más que eso?"
Yo la miré unos instantes, pagué el café que estaba bebiendo, y salí corriendo, entregándome a la fatalidad de un amor que jamás esperaría tener...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario