Veo aquella figura de un hombre, en la esquina derecha del habitáculo, justo debajo de la ventana, y me acerco a ella. Responde agresivamente en un principio, pero pasados unos segundos se calma, y empieza a hablar. Su voz parece música, aunque si soy más preciso, es música. Da vueltas sobre el tema del reloj, pero luego, súbitamente, sube el tono de su voz y ya canta sobre mí, ya canta sobre él, sobre su vida, sobre la mía, y sobre aquello que nos une (que aún no puedo identificar). Me dice que lo tome de la mano. Lo hago y lo que sucedió de inmediato no lo puedo ahora recordar.
Despierto y el reloj estaba en la misma hora que la última vez que lo ví, pero, ¿cómo saber cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que lo ví?. Varios días, presumí. Miré alrededor y grité por la maldita soledad en la que me encontraba. Ni mi propia sombra quiso acompanarme al purgatorio.
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