[No sé como llegamos aquí, no sé si estamos perdidos o si de verdad nos encontramos... no sé.]

Aunque pareciera que muchas veces nos empeñamos en ocultar aquellos productos de nuestra mente [nuestros pensamientos]. Hemos creado un blog para combatir este cruel empeño. Las palabras deben salir, y cualquiera debe poder leerlas. Es posible, sin embargo, que a nadie le interesen, o que incluso, el orden en el que las ponemos sea considerado incoherente o estúpido. Tomamos, aún así, el riesgo de dejarlas ver la luz, descubriéndolas ante cualquier observador que desee urgar a través de ellas, criticarlas, o elogiarlas...


sábado, 1 de agosto de 2009

Algunos días

El reloj sigue sus pasos, lentos pasos que parecen interminables. ¿Hasta cuándo dejará el tiempo de pasar?, me pregunto, y grito la respuesta. Infortunadamente incorrecta, pienso. Yerro por el cuarto en el que me encuentro como buscando algún indicio con que refutarla, pero en vano lo hago, porque el cuarto es demasiado pequeno, o la pregunta demasiado pretenciosa. Sigo pensando en otras preguntas tal vez más relevantes dada mi condición, pero no logro concentrarme lo suficiente. El sonido del reloj me vuelve loco, y lo único que puedo pensar es en él.

Veo aquella figura de un hombre, en la esquina derecha del habitáculo, justo debajo de la ventana, y me acerco a ella. Responde agresivamente en un principio, pero pasados unos segundos se calma, y empieza a hablar. Su voz parece música, aunque si soy más preciso, es música. Da vueltas sobre el tema del reloj, pero luego, súbitamente, sube el tono de su voz y ya canta sobre mí, ya canta sobre él, sobre su vida, sobre la mía, y sobre aquello que nos une (que aún no puedo identificar). Me dice que lo tome de la mano. Lo hago y lo que sucedió de inmediato no lo puedo ahora recordar.

Despierto y el reloj estaba en la misma hora que la última vez que lo ví, pero, ¿cómo saber cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que lo ví?. Varios días, presumí. Miré alrededor y grité por la maldita soledad en la que me encontraba. Ni mi propia sombra quiso acompanarme al purgatorio.

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