Mis ojos. Que no te engañen. No debes, por ningún motivo, creer en lo que veo. No tengo razones para creer que lo que veo es más real que lo que imagino, o para creer que existe una diferencia entre lo uno y lo otro, o que alguno de los dos dejó de existir hace ya mucho tiempo, o que aún alguno existe. No tengo razones, tampoco, para creer que lo que veo es lo mismo que los demás ven.
Heterocrómico. Tipo Iridium. Tengo ojos de diferentes colores, y aunque parecen vivos, sé que no lo están. Son un par de esferas incandescentes y multicolores (como el vómito) que reaccionan ante la cantidad de luz por algún motivo. Se cierran, y abren. Se contraen, dilatan, y también se distraen. Se ocultan bajo una telita traslúcida que me atreveré a llamar párpado. No olvidan, y de ninguna manera registran imágenes que quedan guardadas en mi memoria.
Miro en retrospectiva y vienen miles de imágenes que creo haber visto, pero en realidad son recreaciones –seguramente- incorrectas de ideas que tengo sobre lo que mis demás sentidos perciben. ¿Cómo saber que un cubo es en realidad un cubo? Ese cubo. El mismo cubo que el resto del mundo considera un cubo, y no algún otro cubo, o aún peor, otro objeto que no sea un cubo, por ejemplo, un ojo. ¿Cómo saber que las imágenes que llevo en mi memoria (y que inevitablemente se diluirán como la tinta de esta estilográfica), son imágenes de algo que viví, y no sueños que tuve mientras dormía, o imágenes, yo qué sé, que alguien no borró cuando volví a nacer?
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